El caso Rosenberg y un pueblo animal

El caso Rosenberg y un pueblo animal


Guatemala vive en estos momentos una situación que es producto del cansancio ante un sistema judicial y de justicia verdaderamente inoperante.
La delincuencia común ha mantenido a la población literalmente aterrorizada. Los delincuentes de este tipo sólo son mantenidos por breves momentos en las cárceles y luego son puestos en libertad. Aquellos que son condenados, rápidamente logran abandonar los centros de reclusión por lo que hemos visto cómo son apresados en las calles individuos que tienen docenas de condenas por asesinato, robo a mano armada, secuestro, y otros delitos de alto impacto.
Los gobiernos han implementado procesos para luchar en contra de lo que se suele denominar crimen organizado y que se cree ha penetrado a los mismos organismos del Estado guatemalteco. Estas instancias para poco han servido pues el Ministerio Público es no sólo ineficiente sino que carece totalmente de independencia. El mismo fiscal general tiene una deuda permanente con el gobernante de turno y eso lo ata para efectuar un trabajo serio a favor de la justicia.
Pero lo que la muerte del abogado Rodrigo Rosenberg vino a evidenciar es aún peor: Las altas esferas del gobierno son utilizadas para atentar en contra de la vida de ciudadanos que son considerados molestos por el régimen, por algún funcionario gubernamental o por algún delincuente de gran peso.
En mi opinión sólo estamos ante un caso, pero no sería el único, de crimen perpetuado desde las esferas del gobierno. Ha habido otros que hoy por hoy están en el olvido: La muerte del asesor de seguridad del Ministerio de Gobernación, Víctor Rivera; la muerte del periodista Santis; la muerte del periodista y escritor Hugo Arce; sólo para recordar a algunos de los crímenes que bien pudieran atribuirse al gobierno.
Con estas muertes no puede encontrarse fácilmente un beneficiario que no sea algún miembro de las esferas gubernamentales. ¿A quien más podría convenir matar a periodistas, abogados y empresarios (Khalil Musa)? ¿Cómo aventurarse a perpetrar crímenes a plena luz del día si no se cuenta con la cobertura total de las más altas esferas del gobierno?
A mí no me extraña que la misma pareja presidencial esté involucrada hasta el cuello en el asesinato de Musa y de Rosenberg porque aquí en mi querida Guatemala los gobernantes no conocen lo que es tener límites al uso y abuso del poder. Desde que experimentamos el amanecer democrático en 1986 no hemos tenido un solo gobierno en el que no hayamos visto verdaderos delincuentes ocupando puestos en el Organismo Ejecutivo y en el Organismo Legislativo. Y algunos que no eran delincuentes se volvieron tales ante la impunidad descarada que gozan los que son electos a puestos públicos.
Lamento que nosotros los guatemaltecos, en su gran mayoría, no tengamos conciencia de lo que es la vida civilizada sustentada por valores como el respeto a la vida de las personas y a la propiedad de cada quien. En parte esa carencia esencial en nuestro ser ciudadano es lo que permite que seamos gobernados por mafiosos, asesinos, ladrones, buscadores de rentas, vividores y sinvergüenzas.
Esa total falta de madurez cívica hace que miles se presten a ser traídos como borregos en camiones y camionetas para “protestar” sin saber siquiera cuál es nervio de la situación. Sólo vienen porque aquí se les ha ofrecido esto o lo otro; o porque les han dicho que los ricos les van a quitar las granjerías que este gobierno les ha dado, eso sí quitándoles lo que les pertenece legítimamente a los ciudadanos productivos.
Por otra parte ese trasegar con gentes no pensantes (el comercio con la ignorancia de un pueblo atrasado) no es sino una estrategia decididamente confrontativa de parte del gobernante. En vez de dar la cara lo que ha hecho es alimentar a masas ignaras con odio y desprecio por quienes pacíficamente exigen que el aparato de justicia se ponga en marcha. Lo único que falta es que algún agitador profesional maquiavélicamente le recomiende provocar heridos y muertos entre sus “leales” para darle más realismo a su condición de víctima.
Soy un pesimista, esa es la verdad. No confío en los procesos institucionalizados ni en los senderos por los que tiene que transitar la justicia en mi país. Lo siento mucho. Lo siento por las personas que han salido del rebaño para pensar a esta patria de otra manera. Lo siento por las personas productivas porque tienen que pagar con su esfuerzo honrado las abultadas facturas que le pasan quienes llegan a enriquecerse al gobierno. Lo siento por las futuras generaciones que heredan un país venido a menos y un futuro nada esperanzador. Lo siento por mí porque habiendo dedicado toda mi vida productiva a mejorar la patria que encontré hoy me siento terriblemente frustrado.
Pero esta clase de país, esta calaña de políticos y esta desgracia de sistema es lo que merece un pueblo incivilizado, infantil, sin conciencia cívica, con ideas ajenas a la tradición occidental. Incluyo aquí a los denominados intelectuales que sólo promueven ideas ajenas sin espíritu crítico: columnistas, periodistas, profesores universitarios, maestros de escuela, escritores, novelistas, “analistas” políticos por ser agentes promotores de ideas equivocadas que alaban al gobierno en vez de promover el esfuerzo individual, que confían en que los gobernantes hagan por la gente lo que la gente puede hacer por sí misma, que corroídos por la envidia muy sonrientes piden que se les quite a los que tienen para repartirle a los que no tienen. Son los intelectuales los responsables de que lleguen al poder los peores.
Muchos guatemaltecos no merecemos estar hundidos en este mar de estiércol. Pero por los demás me alegro. ¡Bueno está pueblo animal!