El legado de Ludwig von Mises
Julio César De León Barbero[1]
Como es sabido las ideas de la llamada Escuela Clásica de Economía se vieron corregidas y superadas al proponer Carl Menger que la teoría económica debe tener como punto de partida al individuo como actor. Actor que al preferir y renunciar hace surgir las valoraciones entendidas como producto de su propia subjetividad.
Pero el fundador de la Escuela Austriaca de Economía sólo hizo una propuesta que era genial y que resultó revolucionaria. Le tocó a Ludwig von Mises la tarea de desarrollar y sistematizar el estudio de la acción humana convirtiendo aquél punto de arranque en una auténtica ciencia.
Esta ciencia que se encarga de describir la acción humana y de establecer sus características universales recibe el nombre de Praxeología. La palabra no fue inventada por Mises, ni siquiera fue él el primero en utilizarla. Alfred Espinas parece haberla utilizado por vez primera en 1890 pero con la desventaja de haberla utilizado para abarcar a todos los seres vivos capaces de moverse.
Fue Mises quien desarrolló la Praxeología y la convirtió en una auténtica teoría general de la acción. Pero la pregunta que nos hacemos es por qué elaborar una teoría general de la acción. ¿Por qué iniciar la tarea de elaborar una ciencia de la acción si desde siempre ha habido disciplinas encargadas de estudiarla?
En efecto disciplinas como la psicología y la ética, entre otras, tienen como objeto de estudio la acción. Pero si reparamos en lo que les interesa a tales disciplinas descubriremos cuán importante y necesario era el surgimiento de la praxeología.
Por importante que sea tratar de comprender y establecer los mecanismos internos que nos hacen actuar, lo que constituye el interés fundamental de la psicología; por importante que sea reflexionar sobre la bondad o maldad de nuestras acciones que es la preocupación de la ética, la verdad es que ninguno de esos discursos constituye una descripción universal del actuar humano. Ese fue el vacío que vino a llenar la ciencia Praxeológica. Ella describe con dimensiones universales cómo es la acción humana, cuáles son las características que la diferencian de cualquier otro fenómeno en el mundo.
Dentro de las características universales del humano actuar está el hecho de que persigue fines. Ahora bien, no es función de la Praxeología señalar los fines de la acción; tampoco se detiene en juzgar si son los que deberían ser. La praxeología simplemente establece que la explicación última de los actos humanos es finalística.
Nada, pero absolutamente nada tiene que ver este postulado fundamental de la praxeología con la palabra egoísmo porque dicha palabra pertenece al terreno de la moral igual que ocurre con su contrario, la palabra altruismo. En el momento en que comenzamos a discutir si la persecución de nuestros fines es egoísmo o no lo es abandonamos el terreno científico y nos alejamos del campo de la praxeología para perdernos en una maraña de emociones y pasiones.
La Praxeología, recordémoslo, es una ciencia y como tal sólo establece que los seres humanos al actuar lo hacemos porque anhelamos concretar ciertos objetivos, ciertas metas. No entra en el terreno pantanoso e inseguro que son las discusiones acerca de la bondad o maldad de nuestras metas y objetivos. Esto último ya no es una discusión científica puesto que pertenece al campo del deber ser y no hay ciencia acerca de lo que debe ser.
De acuerdo con Mises el perseguir fines al actuar fue lo que nos condujo a cooperar pacíficamente o, lo que es lo mismo, a vivir en sociedad. Porque sólo la cooperación libre y voluntaria nos permite a todos encontrar la forma más económica y efectiva de concretar los fines que nos hemos propuesto alcanzar en la vida.
Ahora bien si la ciencia praxeológica describe acertadamente la acción humana es irremediable que todas aquellas teorías, sistemas políticos o económicos y visiones del hombre que ignoren sus axiomas, están destinados al fracaso.
Así pues, lo que proponen las distintas religiones sobre la sociedad, la doctrina del positivismo jurídico, la escuela del derecho natural, la antropología, la doctrina social de la Iglesia Católica, el intervencionismo, el sindicalismo, el nacionalismo, el indigenismo, el fundamentalismo integrista islámico, todo debe examinarse a la luz de los principios praxeológicos.
Como agentes, es decir, como actores, no podemos proceder de otra manera que no sea persiguiendo fines; porque la única otra manera de ser consiste en reaccionar instintivamente ante los estímulos del entorno como las bestias. Efectivamente, lo contrario a la acción inspirada en los fines del agente no es el altruismo sino las reacciones puramente animales. Pero los humanos no reaccionamos, actuamos; no respondemos mecánicamente sino que distinguimos muy bien los medios de los fines. Ese es sencillamente un hecho constatado por la praxeología y completamente incontrovertible.
Otra característica general de la acción humana es que las metas y objetivos que cada ser humano se propone concretar constituyen un estado de cosas en el cual el agente piensa que estará mejor. Es decir en esa visión futura el actor se ve a sí mismo en una situación mejor que la actual.
Todo individuo actúa siempre para alcanzar un mayor nivel de satisfacción. Por ello hará todo lo que esté a su alcance para lograrlo; sobre todo administrará sus recursos en obediencia a sus metas u objetivos. En eso precisamente, dice Mises, consiste la racionalidad de la acción: en la adecuada administración de los recursos escasos para lograr los objetivos que nos proponemos.
Sin embargo, en la vida en sociedad, muchas veces los gobernantes y los legisladores que deberían mantener un estado de cosas en el que todos actúen libremente, son los primeros en estorbar la libre acción de los ciudadanos. Lo hacen a menudo por una razón: Porque creen saber mejor que nosotros cuáles deberían ser nuestros fines; porque están convencidos de que los fines propuestos por ellos son mejores o superiores a los nuestros.
Regularmente el instrumento utilizado para imponernos sus fines son las leyes; que más que leyes son verdaderos mandatos o auténticas órdenes. Porque la diferencia entre una auténtica ley y un mandato es que la verdadera ley nada tiene que ver con los fines mientras el mandato no sólo señala los medios sino que a la vez impone fines. Así, cuando obedecemos una verdadera ley no obedecemos la voluntad concreta de nadie pero cuando vivimos bajo mandatos somos esclavos de la voluntad de quien ha dictado esas órdenes.
Por lo anterior el liberalismo sostiene que un sistema en el que cada quien persigue sus propios fines respetando el derecho de los demás a hacer lo mismo es un sistema mucho más efectivo para promover la cooperación entre los seres humanos. A la vez, es un sistema que genera mayor cantidad de bienes o riqueza.
Entonces lo que necesitamos son menos ocurrencias jurídicas, menos intervención estatal en los negocios humanos, y mayor libertad para actuar. Porque eso es lo que indica la teoría general de la acción humana.
Mises luchó durante toda su vida contra la falsa ciencia económica y la charlatanería política que prometen días mejores ignorando los presupuestos fundamentales de la Praxeología. Sus ideas siguen siendo válidas hoy contra todas las utopías que pretenden construir un mañana mejor yendo en contra de las características de la acción humana.
Termino recordando las palabras del gran economista austriaco:
Toda política económica que ignore los principios de la praxeología está destinada, a priori, a fracasar.
Muchas gracias.
[1] Charla ofrecida con ocasión del aniversario 126 del nacimiento de Ludwig von Mises y la celebración del Día del Bibliotecario, Biblioteca Ludwig von Mises, Universidad Francisco Marroquín, 29 de Septiembre de 2007.
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Datos personales
- Dr. De León Barbero
- Profesor residente de Filosofía Social, Universidad Francisco Marroquín. Guatemala, Centro América.
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