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Profesor residente de Filosofía Social, Universidad Francisco Marroquín. Guatemala, Centro América.

martes, 23 de octubre de 2007

Conferencia pronunciada en Lima, Perú

LA TEORÍA AUSTRIACA DE LAS INSTITUCIONES

J. C. De León Barbero


La historia de la filosofía social puede muy bien reducirse a la preocupación por explicar el fundamento de las relaciones interpersonales en las que vivimos inmersos. Dicho de otro modo: esa historia constituye el registro de los intentos humanos por averiguar cómo llegó a constituirse el universo relacional que, según el estagirita, es el vientre en el que se gesta el carácter del animal político.
Por ello durante más de dos mil quinientos años en Occidente hemos elaborado discursos que intentan explicar porqué vivimos en sociedad; qué provee cohesión a la vida en sociedad; cuál es la teleología gracias a la cual la vida en común ha perdurado; y, por supuesto, qué es lo que tenemos que hacer para mejorar la vida en sociedad.
En ese discurrir los filósofos sociales han propuesto, entre otras cosas, la existencia de esencias accesibles sólo para los expertos; la posesión de una naturaleza eminentemente social en el hombre que ha de servir de parámetro para generar un entorno adecuado a la misma; el surgimiento, después de milenios, de una esfera “espiritual” que ha de regir la vida humana; el desenvolvimiento del espíritu absoluto cuyo objetivamiento ha dado origen al estado que a la vez da origen a las relaciones sociales; o la propuesta marxista del conflicto (ya no considerado como patología sino inherente a la vida social) determinado por las leyes de la materia y que origina relaciones supuestamente independientes de la voluntad humana.
Propuestas como las anteriores condujeron a poner de relieve determinadas relaciones entre los hombres: de trabajo, de producción, de defensa, religiosas, de poder y sumisión, de mando y obediencia, de solidaridad, etc.
Al final del día, no obstante, lo que uno encuentra en la historia de la filosofía social son grandes dosis de descuido y superficialidad en el tratamiento de lo que nos interesa. Sobre todo gracias a que quienes, se supone, nada dan por sentado precisamente daban por sentado que todos sabían de lo que se estaba hablando. De esa cuenta, el fundamento de las relaciones en sociedad se dejó periclitado o se trató superficialmente.
No es que cuestiones como la división del trabajo, la ciudadanía, la vida virtuosa, el tipo de gobierno, etc., no sean importantes sino que no son lo más importante, no constituyen el fundamento de la vida cooperativa. Podríamos decir, con todos los cuidados necesarios, que no constituyen esa realidad radical que buscamos, que queremos identificar.
En la primera mitad del siglo diecinueve un decepcionado de la filosofía aseguraba que nada de lo que se había hecho hasta ese momento valía la pena: Todo, afirmaba, eran puras especulaciones propias del estadio teológico o del metafísico por los cuales la inteligencia humana había tenido que pasar para llegar al definitivo estadio positivo o científico.
Augusto Comte propuso entonces la creación de una ciencia que permitiera descubrir las leyes físicas que gobiernan y controlan la vida en sociedad y su evolución. Aunque denominada al inicio “física social” la sociología pronto se tornó la gran esperanza teórica. Lo que la filosofía no había logrado se lograría ahora: comprender mejor la vida en sociedad, elaborar un superior discurso al respecto y, sobre todo, hacer más eficiente la maquinaria cooperativa entre los hombres.
Los fundadores de la sociología escribieron adiposos volúmenes en los cuales, sin embargo, a menudo faltaba lo esencial: plantear con el debido rigor en qué consiste eso que se denomina “social”. Fallo en el que incurrieron los adalides de la ciencia sociológica y al que arrastraron a muchos otros de otrora y de ahora.
Ortega y Gasset, quien trabajó intensa y detenidamente la cuestión nuclear que nos ocupa y preocupa, lamentó profundamente semejante omisión. En su obra El hombre y la gente (que constituye el complemento de La rebelión de las masas) Ortega efectúa la denuncia con la claridad que siempre le caracterizó:
…los libros de sociología no nos dicen nada claro sobre qué es lo social, sobre qué es la sociedad. Más aún: no solo no logran darnos una noción precisa de qué es lo social, de qué es la sociedad, sino que, al leer esos libros, descubrimos que sus autores -los señores sociólogos- ni siquiera han intentado un poco en serio ponerse ellos mismos en claro sobre los fenómenos elementales en que el hecho social consiste.[1]
Y como muestra de lo que afirma Ortega se refiere a la obra de Comte, Spencer y Bergson. Dice:
Las obras en las cuales Augusto Comte inicia la ciencia sociológica suman por valor de más de cinco mil páginas con letra bien apretada. Pues bien: entre todas ellas no encontraremos líneas bastantes para llenar una página que se ocupen de decirnos lo que Augusto Comte entiende por sociedad.[2]
Y:
…los Principios de sociología, de Spencer,…no contará menos de 2.500 páginas. No creo que lleguen a cincuenta las líneas dedicadas a preguntarse el autor qué cosa sean esas extrañas realidades, las sociedades, de que la obesa publicación se ocupa.[3]
Finalmente:
…el libro de Bergson titulado Las dos fuentes de la moral y la religión… un tratado de sociología de 350 páginas, donde no hay una sola en que el autor nos diga formalmente qué son esas sociedades sobre las cuales especula.[4]
El advenimiento de la sociología, por lo visto, para poco sirvió. El mínimo aportado quizás haya consistido en señalar y tratar algunos problemas sociales pero no para poner al descubierto las entrañas de lo “social”.
Por su parte la ciencia política, que a partir de 1850 quiere imitar lo más posible a las ciencias naturales, no ha hecho más que ignorar el problema de lo realmente social. En su afán por ser fiel a un empirismo descarado prácticamente ha reducido la cuestión al ejercicio de la fuerza (de la fuerza bruta). Ese esquema vertical ha terminado por tragarse a la misma sociedad, por eliminar lo auténticamente humano, sometiendo la acción humana a lo gubernamental-administrativo. En una palabra, condujo al aparecimiento del totalitarismo como lo ha demostrado ampliamente Hannah Harendt tanto en Los origenes del totalitarismo[5] como en La condición humana.[6]
1. Lo auténticamente social
Lo auténticamente social ha sido nombrado de maneras diversas. Ortega lo identificó como los usos que orientan nuestra conducta hacia los demás; conducta que no surge de nosotros en lo personal ni de alguien en particular sino de “la gente”.
Esas formas de comportamiento se manifiestan reiteradamente tornándose casi automáticas. Hemos internalizado los usos convirtiéndose los mismos, por repetición, en una especie de segunda naturaleza en nosotros. Nuestra voluntad ha sido entrenada para reproducir tales comportamientos básicamente por temor a ser rechazados o castigados por los demás.
En este trabajo a lo auténticamente social le denominamos instituciones. Ellas constituyen una monumental e impresionante arquitectura, mejor dicho un orden que permite que la vida en común transcurra sin mayores sobresaltos, roces o pleitos entre los seres humanos.
¿Pero cómo surgieron las instituciones que hacen posible la vida en sociedad? ¿Cómo surgieron el derecho y el dinero, para mencionar dos de las más importantes instituciones sociales?
La denominada Escuela Austriaca, conocida más por sus propuestas económicas que por sus aportes en el terreno general de las ciencias sociales ha desarrollado un punto de vista que quiero recordar brevemente.
Antes quiero enfatizar que son muchos los personajes identificados con esta escuela e igualmente abundantes y variadas las disciplinas que han cultivado. Se asocian a ella nombres como los de Franz Brentano, Alexius Meinong, Kasimir Twardoski, Christian von Ehrenfels, Carl Menger[7], Eugenio von Bhöm-Bawerk, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Karl Popper y Konrad Lorenz. Y la temática cultivada va de la fenomenología a la etología, pasando por la epistemología, el derecho, la economía y la axiología; sólo para mencionar algunas.
Fueron las preocupaciones de Karl Menger respecto al origen del dinero lo que condujo a una propuesta seminal que se convirtió, con el tiempo y el aporte de otros, en una auténtica teoría acerca del origen de las instituciones.








El interés vienés por el origen de las instituciones surgió a raíz de la necesidad de explicar el origen del dinero. Carl Menger[8] (1840-1921) descubrió, muy temprano, que las ideas que, al respecto, sostenía la escuela histórica alemana de economía no eran correctas.
Merced a las investigaciones efectuadas por Friedrich Karl von Savigny (1779-1861)[9] en el plano del Derecho, Menger descubrió un punto de partida que resultó fructífero. En su análisis Savigny enfatizó que las leyes, lo mismo que la lengua y las costumbres, constituyen expresión histórica de un pueblo y no manifestación de una racionalidad supuestamente universal. Como lo describe acertadamente Ferrater Mora:
El punto de vista universalista, adoptado por los partidarios del Derecho natural y propugnado por todos los que tratan de imponer una legislación única a todas las comunidades humanas, es considerado por Savigny como un punto de vista meramente abstracto, que vacía al Derecho de todo su contenido.[10]
Costumbres, lengua y leyes, eran para Savigny manifestación de la vida de un conglomerado humano; e idénticamente a como los hombres cambian en el decurso histórico, aquellas también lo hacen.
Pero Savigny aportó algo más sustancial a las preocupaciones mengerianas. En realidad, concluyó von Savigny, no sabemos a ciencia cierta cómo surge una institución como el derecho, pero de lo que podemos estar seguros es que no es resultado de las capacidades racionales del ser humano.[11]
Las instituciones que viabilizan la convivencia pacífica no son creación de la razón del hombre. Este fue el punto de partida del que arrancó Menger en su búsqueda de una explicación a la instituciones que hacen posible que los hombres convivan y cooperen en mutuo beneficio.
Ahora bien, asi como para Savigny la preocupación esencial era el Derecho, para Menger la cuestión estaba inspirada por el origen del dinero. Menger no estaba satisfecho, como lo hicimos constar párrafos arriba, con las explicaciones que la Escuela histórica alemana de economía había esgrimido hasta entonces. Vale la pena recordar que la denominada Escuela histórica de economía no involucra a von Savigny y la Escuela histórica del Derecho, por lo que un autor como Hayek prefiere llamar a aquélla "historicismo", en una línea claramente popperiana. Dice Hayek:
La "más reciente escuela histórica" no es una denominación del todo correcta: a diferencia de von Savigny y la antigua escuela histórica de jurisprudencia, o incluso de Roscher, y la "antigua escuela histórica" de economía, esta "reciente" escuela histórica no se interesaba por la historia considerada como estudio de eventos específicos, sino que consideraba el estudio de la misma como una aproximación empírica a una explicación teórica definitiva de las instituciones sociales. A través del estudio de acontecimientos históricos, esta escuela esperaba llegar a establecer las leyes del desarrollo de los conjuntos sociales de los que, a su vez , pudieran deducirse las necesidades históricas que han regido cada fase de dicho desarrollo. Éste era el tipo de enfoque positivista-empírico que adoptaron más adelante los institucionalistas americanos (enfoque que difiere de otros similares, más recientes, en que se hacía poco uso de las técnicas estadísticas), y que puede denominarse con más rigor "historicismo" (por ejemplo, por Popper). Compárese la obra de K. R. Popper The poverty of Historicism (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1957; {traducción española de P. Schwartz, La miseria del historicismo (Madrid: Alianza Editorial, 1973).}[12]
Así pues, Menger insatisfecho con el enfoque y las explicaciones del historicismo inició la búsqueda y el planteamiento de alternativas. Al oponerse, con todas las razones a su favor, al método del historicismo y sus pretenciones de descubrir "leyes" empíricas, Carl Menger realizó un aporte sin precedentes en la teoría económica: El de que ésta tiene como función la reconstrucción de los complejos fenómenos sociales partiendo de sus componentes. Este procedimiento, denominado por Schumpeter "individualismo metodológico" y que Menger bautizó en su momento como "método compositivo", es lo que subyace a la teoría de las instituciones de la Escuela austriaca, de la que Hayek es representante.
Menger entendió desde el primer momento que teoría económica e historia son cuestiones harto diferentes y metodológicamente dispares. Al decir de Hayek:
Menger estaba muy interesado en la historia y la génesis de las instituciones, y deseaba sobremanera destacar las diferentes naturalezas de los objetivos de la teoría y de la historia, a fin de evitar la confusión de ambos métodos. Dicha distinción, en la forma en que él la elaboró, influyó de manera considerable en los trabajos posteriores de [Heinrich] Rickert y Max Weber. Quizá la parte más importante de su planteamiento era el claro reconocimiento, primero, de que la finalidad de toda teoría social es la búsqueda de lo que ahora se suele denominar las consecuencias involuntarias de las acciones individuales (el término que empleó Menger fue unbeabsichtigte Resultante), y segundo, que en este esfuerzo los aspectos genéricos y funcionales no pueden separarse.[13]
Estas últimas palabras de Hayek resumen en forma brillante la característica fundamental del individualismo metodológico. Es más, recoge el interés fundamental de quien lo formuló: No se pueden separar los intereses acerca del origen, de los intereses relacionados con la funcionalidad de las explicaciones a que da lugar.
La riqueza y fertilidad de la noción de unbeabsichtigte Resultante fue tal que no sólo sirvieron para explicar el origen del dinero; vinieron a convertirse en el fundamento de toda una teoría general acerca de las instituciones. Como dice Hayek :
En el continente produjo definitivo impacto el profundo análisis que, en torno a las cuestiones metodológicas relativas a las ciencias sociales, hizo en 1883 el fundador de la escuela austriaca de economía, Carl Menger, quien subrayó la importancia que, para todas la ciencias sociales, tiene la espontánea formación de las instituciones.[14]
Si entiendo bien a Menger creo que las líneas siguientes me permiten pintar una situación semejante a aquella en la surgió el dinero como medio de intercambio: Un día, hace muchos miles de años, en un grupo humano en el que sólo se conocía el trueque, alguien deseoso de adquirir el bien "x", intentó obtenerlo ofreciendo el bien "y" a quienes poseían "x". No logró su cometido. Probó ofreciéndoles a cambio el bien "z" pero tampoco tuvo éxito. Después de repetidos e infructuosos intentos, recurrió a ofrecer, digamos, una cierta clase de semillas a cambio de "x". El resultado fue la inmediata disposición de uno de los dueños del bien "x" de desprenderse del mismo a cambio de las semillas. Con el transcurso de los dias aquel mismo individuo requería otro bien para lograr sus fines. Dada la experiencia anterior recurrió de inmediato a las consabidas semillas y descubrió que no había resistencia al trueque; al contrario, éste se facilitaba. Una conducta había sido descubierta y luego reforzada.
Otros individuos obtuvieron, de una u otra manera, información respecto al referido comportamiento y lo imitaron. De ahí en adelante todos empezaron a utlizar las ejemplares semillas como medio de intercambio y al convertirse aquella conducta en algo comúnmente esperado por todos, las semillas vinieron a convertirse en "moneda de curso legítimo", en dinero.
La institución del dinero no surgió porque alguien la creó deliberadamente; fue más bien un resultado no intencional del actuar humano. Es el concepto mengeriano de unbeabsichtigte Resultante el que aquí opera.
En palabras de Hayek, se trata del aparecimiento espontáneo de las instituciones que permiten a los hombres cooperar. O en la expresión de Adam Ferguson que Hayek ha hecho famosa, se trata de: ...results of human action, but not of human design.[15]
Hagamos notar las distintas etapas o momentos importantes en el aparecimiento de una institución, de acuerdo con esta teoría, a) El descubrimiento, gracias al ensayo y el error; b) la repetición de la conducta, que desemboca en su reforzamiento; c) la diseminación del específico comportamiento, por vía de la imitación; y, d) la institucionalización de la conducta de marras.
Como es fácil constatar, la teoría hayekiana de las instituciones descansa no en la capacidad de la razón humana para saberlo o anticiparlo todo, sino en falibilidad e imperfección propias del conocimiento humano. Afortunadamente, los yerros conducen a los seres humanos, en conformidad con esta visión de las cosas, a efectuar descubrimientos que de otro modo no se hubiesen producido. Asi se explica Hayek la aparición de las normas morales, del derecho, de los conductas propias de la vida societaria.
Tales descubrimientos, relacionados con el conocimiento práctivo-normativo, se han plasmado en conductas y comportamientos facilitadores y potencializadores de la cooperación arraigada en la división del trabajo.





[1] Ortega y Gasset, El hombre y la gente, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1970 (6a. edición), p. 29.
[2] Ibid, p. 30.
[3] Loc. Cit.
[4] Loc. Cit.
[5] Los origenes del totalitarismo, Taurus, Buenos Aires, 2001 (3ª. ed.)
[6] La condición humana, Ediciones Paidós, Ibérica, S. A., Barcelona, 1993.
[7] Para estos autores y sus preocupaciones, véase la obra de Barry Smith, Austrian Philosophy. The Legacy of Franz Brentano, Open Court Publishing Company, Chicago & La Salle, Illinios, 1994.
Véase también, La filosofía de la escuela austriaca, de Raimondo de Cubeddu, Unión Editorial, España, 1997.
[8]Nació en Galizia (hoy pertenece a Polonia) el 28 de febrero de 1840. Estudió en Viena y Praga. Tras doctorarse en Cracovia, trabajó en Lemberg, primero, y después, en Viena. Su más importante publicación la efectuó en la primavera de 1871 con el título de Grundsätze der Volkwirtschafslehere; existe una versión norteamericana que data de 1981 y que se titula Principles of Economics. Esta obra es una genial exposición de la teoría subjetiva del valor, una de las más antiguas al respecto, y tuvo gran influencia sobre numerosos intelectuales, entre ellos Ludwig von Mises.
[9]Savigny estudió en Marburgo y fue profesor en la Universidad de Berlín entre 1810 y 1842. Fundador de la denominada "Escuela histórica del Derecho", rechazó toda concepción "abstracta" de las leyes en el sentido de ser producto de alguna supuesta razón universal válida para todos los hombres.
[10]Op. cit., Vol 4 (Q-Z), p. 2941.
[11]Hayek reconoce constantemente la importancia del pensamiento de Savigny en lo que atañe a la teoría evolucionista de las instituciones. En el Vol. I de Derecho, legislación y libertad, afirma, verbigracia, que: "...en el continente europeo cobraba nueva vigencia gracias a las aportaciones de las escuelas históricas dedicadas al análisis de la lingüistica y el derecho. Tras las etapas iniciales, a cargo de los filósofos escoceses, el avance tuvo lugar especialmente en Alemania bajo la influencia del esfuerzo de Wilhelm von Humbolt y Savigny." p. 49.
[12]Hayek, F. A., Obras completas volumen IV, Las vicisitudes del liberalismo. Ensayos sobre Economía Austriaca y el ideal de libertad, Unión Editorial, Madrid, 1992, (Edición preparada por Peter G. Klein, Traducción española al cuidado de Jesús Huerta De Soto). p. 85, nota al pie, 49.
[13]Loc. cit.
[14]Derecho, legislación y libertad, Vol. I, p. 50.
[15]El empleo de la cita puede hallarse en Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, Madrid, 1975 (4a. ed.), p. 87.

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